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El 9 de mayo se celebra el Día de la Victoria del Ejército Rojo y la resistencia partisana frente a los nazis. Ese día demostró, hace 80 años, que más fuerte que la opresión y la exclusión del fascismo puede ser el hambre de libertad e igualdad del comunismo. Los más de 27 millones de soviéticos muertos entonces nos recuerdan que la guerra por el bien más preciado del ser humano va a traer duras batallas.

Se sabe que fueron los comunistas los que guiaron la destrucción del fascismo de entonces. La burguesía occidental, en cambio, lleva décadas revisando esa historia, subestimando el esfuerzo de la URSS y vendiendo a EEUU como glorioso vencedor. Es más, ha intentado igualar comunismo y fascismo para ensalzar la democracia liberal, mostrar una cara más humana del capitalismo, y frustrar la alternativa contra la opresión.

Pero, si los países liberales llegaron a arremeter contra el nazismo, fue porque este cometió un doble pecado. Por un lado, el uso de la invasión, el saqueo y el genocidio (que los liberales tenían tradicionalmente reservados para las colonias) en los países desarrollados de Europa. Por otro, provocar la mayor expansión territorial y política de la historia del comunismo, debido a la lucha que este llevó a cabo contra el nazismo.

Sin embargo, eso no hace antifascista al liberalismo, y por eso celebran el Día de Europa el mismo día que el Día de la Victoria; para ensalzar los privilegios de la minoría, en vez de celebrar el sacrificio de la mayoría consciente. Para convencernos del inevitable capitalismo liberal, en vez de subrayar la importancia histórica del comunismo. Para ensalzar el mismo liberalismo que toleró, fortaleció y elevó al poder al nazismo frente al bolchevismo. Para ensalzar la Unión Europea de los privilegiados, en vez de impulsar el internacionalismo de los oprimidos.

Tanto antes como después de la guerra, la democracia liberal ha tolerado un fascismo que puede evitar la revolución, y ese mismo liberalismo predomina en la Europa actual. Esta democracia cada vez más autoritaria y belicista pone condiciones para que florezcan fascismos arraigados en el chovinismo, el clasismo, el racismo o el machismo.
Aunque al proletariado se le nieguen su historia y sus victorias, su huella es imborrable. Hoy, como ayer, los grandes partidos liderados por la estrategia comunista son la única garantía antifascista: esos mismos que, combatiendo con fuerza a los enemigos de la libertad y la igualdad, derrotarán al fascismo y al capitalismo.

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